lunes, 10 de enero de 2011

ANTITAUROMAQUIA


Se conoce como antitauromaquia al rechazo a la tauromaquia, es decir, al acto de hacer corridas de toros u otros espectáculos o festejos utilizando a estos animales.
Las corridas de toros, en su sentido moderno, nacen en España en el siglo XVIII y desde entonces han despertado críticas y desatado polémicas, incluyendo prohibiciones esporádicas, desde sus mismos comienzos hasta la actualidad. Los argumentos de sus detractores han cambiado a lo largo del tiempo, según el momento histórico, y ha tenido justificaciones muy variadas: religiosas, morales, económicas, estéticas, políticas y culturales entre otras.

Historia

La tauromaquia (llamada 'fiesta' por los aficionados taurinos) siempre ha tenido partidarios y detractores, tanto entre los sectores populares como entre la clase política e intelectual. Según informa Alberto de Jesús, «las fiestas de los toros han sufrido a lo largo de su existencia numerosos ataques de los gobernantes políticos, opositores e incluso la Iglesia por intentar eliminarla, fracasando cualquiera de ellos».

Las críticas a este tipo de eventos con animales se remontan a la antigüedad romana, con las diatribas de moralistas como Cicerón contra los espectáculos de circo con fieras. A ellas siguieron las críticas de los primeros escritores cristianos y canonistas a las llamadas venationes, como Prudencio, Casiodoro, San Agustín o San Juan Crisóstomo, que en general censuraban los espectáculos públicos con fieras (incluidos los toros bravos), por arriesgar frívolamente la vida humana, postura de orden moral que se prolongó más o menos en los mismos términos durante la Edad Media y que movió a varios papas a promulgar prohibiciones. Por ejemplo, la bula papal Salute Gregis (1567), de Pío V, que prohibió los espectáculos taurinos. Gregorio XIII, su sucesor, levantó parcialmentela prohibición ocho años después a ruego de Felipe II[4]. El motivo, según cuenta Cossío, es que la prohibición causaba perjuicios no a la fiesta, sino a la propia religión católica española: «era el principal [perjuicio] el desprecio que de la excomunión hacían los aficionados a correr y ver correr los toros» en plena época de la Inquisición.

Ya como espectáculo moderno, en el siglo XVIII, las corridas de toros han sido polémicas y han sufrido críticas e incluso prohibiciones. La nueva dinastía llegada a España (los Borbones), y en general la aristocracia afrancesada, despreciaba estos espectáculos por considerarlos indignos y propios del populacho, por lo que Felipe V prohibió su ejercicio a sus cortesanos (1723). Fernando VI solo consintió las corridas a cambio de que sus beneficios se destinasen a obras de caridad como sufragar hospitales y hospicios. Algunos ilustrados, como Jovellanos, se oponen a estos espectáculos por considerarlos poco didácticos.

Carlos III, influido por el Conde de Aranda, prohibió las corridas de toros en 1771. El pueblo, sin embargo, hizo caso omiso, y siguió entregándose con entusiasmo a las nuevas figuras del toreo, que Francisco de Goya recogió en su serie de grabados sobre La Tauromaquia. Todos[cita requerida] los gobernantes posteriores intentaron prohibir las corridas: Carlos IV volvió a hacerlo en 1805. Tras la Guerra de la Independencia Española, a lo largo del siglo XIX, surgía con frecuencia en el Parlamento español el debate de la prohibición. La última vez fue en 1877, cuando el Marqués de San Carlos propuso a los diputados la prohibición de las corridas de toros. Se rechazó la propuesta pues se consideraba que sería demasiado impopular: era la época de Lagartijo y Frascuelo.

Hasta el siglo XIX los espectáculos taurinos también se celebraban en otros lugares de Europa. Así, en Inglaterra eran frecuentes los bull-baitings, peleas entre perros y toros. Sin embargo éstas prácticas fueron prohibidas en 1824, el mismo año en que se fundó The Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals.

Al igual que el pueblo español, sus intelectuales se han dividido históricamente entre partidarios y detractores de las corridas de toros. Las críticas de algunos ilustrados a la Fiesta, la recuperaron luego los escritores de la Generación del 98 que, en un principio, la veían como síntoma del atraso español. Un ejemplo notable de esta época fue el escritor antitaurino Eugenio Noel, que vinculaba los toros a lo que denominaba «crímenes de raza»: el pasodoble, «el cante jondo, y las canalladas del baile flamenco que tiene por cómplice la guitarra, el género chico, ese delirio de diversión, de asueto, que caracteriza a nuestro pueblo» Para el escritor madrileño, la Fiesta se reducía a sangre, crueldad y porquería y, en su opinión, era síntoma de la «libertad del pueblo español de poder hacer lo que le dé la gana». Otra de las acusaciones de Eugenio Noel contra las corridas es «la funesta cualidad de ser el único rasgo enteramente nacional; sólo la afición a los toros une las regiones y hace andaluz al éuscaro y extremeño al catalán y castellano al andaluz».

Movimiento antitaurino contemporáneo

En la actualidad, son los defensores de los derechos de los animales quienes encabezan la crítica a la celebración de las corridas de toros.

Existen grupos que consideran que el toreo es una práctica de crueldad que atenta contra los derechos de los animales, y que no puede ser considerada ni una manifestación cultural, artística ni deportiva.4 Los partidarios de los derechos de los animales usualmente consideran la tauromaquia una forma de tortura. Para ellos esta relación reduce el valor que se asigna a la vida. Otros activistas5 son radicales a la hora de abordar la cuestión de la tauromaquia y afirman que el origen de su existencia está en que vivimos en culturas especistas si bien en ocasiones se puede dar la incoherencia moral en la que una parte de sus miembros se oponga al sufrimiento que se produce en una plaza de toros, mientras que al mismo tiempo subvencionen mediante dietas no vegetarianas el sufrimiento y muerte que se producen en granjas y mataderos[cita requerida], o que por ejemplo personas que están contra las corridas de toros al mismo tiempo luzcan prendas hechas con piel de éstos u otros animales.[cita requerida]

También ha habido intentos recientes de prohibir las corridas en países como Francia, donde existe la afición en el sur del país. La cuestión se resolvió estableciendo legalmente que solo se podían matar toros en aquellos lugares donde se demostrase que son una tradición arraigada ininterrumpidamente (las plazas del sudeste y del sudoeste fundamentalmente). Eso excluyó a ciudades como París donde, aunque hubo corridas de toros en época de la Exposición Universal, luego se interrumpieron.

Algunas personas, incluyendo filósofos como José Ferrater Mora o Jesús Mosterín, la escritora y periodista Pilar Rahola, y artistas como The Pretenders se han opuesto a las corridas de toros, entre otras razones por considerarlas contrarias a la más mínima sensibilidad. Algunos de ellos han preferido la exaltación del toro como animal libre en su medio natural, o por lo menos el quitar los elementos del festejo destinados a herir o matar al animal.

También existen otras críticas que apuntan a que la lidia está, en muchos casos, preparada para minar las capacidades físicas del toro mediante el proceso de afeitado que consiste en modificar los cuernos del animal, para que su ataque no sea tan peligroso para el torero. Aunque practicada desde antaño, esta práctica está prohibida y generalmente es repudiada por los aficionados a los toros.
Finalmente, también ha sido objeto de crítica que la tauromaquia sea financiada con dinero público.8 En 2007, al sector taurino español se destinaron 500 millones de euros en forma de subvenciones

Críticas a la antitauromaquia

Cuidado


Defensores del toreo, como el catedrático Andrés Amorós, argumenta que nadie ama más al toro que un buen aficionado a las corridas: «nadie admira más su belleza, nadie exige con más vehemencia su integridad y se indigna con mayor furia ante cualquier maltrato, desprecio o manipulación fraudulenta.»42 Se ha planteado que la lidia no es un trato particularmente cruel para un toro. En comparación con el trato que recibe un toro en una granja el estado de semilibertad y cuidadoso trato que recibe el toro de lidia es mucho mejor a pesar del claro dolor que sufre durante el espectáculo. Es por esto que se ha señalado que un toro de lidia tendría una vida igual o mejor que la de un toro de granja y por tanto no habría ninguna razón para señalar a la lidia como una causa particularmente importante de sufrimiento para los animales. Por este tal se supone que no habría razón para penalizar una manifestación cultural tan importante en muchos pueblos hispanohablantes.43 Por supuesto los antitaurinos niegan rotundamente la pretendida buena vida de los toros para lidia. 44

Continuidad de raza

Por otra parte, los defensores del toreo afirman que el toro de lidia no existiría en esta época actual si no fuera por las corridas de toros al ser un animal no rentable económicamente para otros fines que no sean la lidia. Por su parte los antitaurinos afirman que los toros bravos no existen porque existan las corridas, sino al contrario, que las corridas existen porque los toros bravos ya existían. Al mismo tiempo afirman que los toros bravos no constituyen ninguna especie, ni siquiera una raza, y para ello se apoyan en evidencias científicas.

Los defensores del toreo argumentan que el toro de lidia es el último descendiente de la raza uro. Si bien en esta misma controversia se alega que su proceso evolutivo ha sido intervenido por el hombre (algo no distinto a la mayoría de animales domesticados). Los defensores de la tauromaquia aducen que el toro de lidia vive en libertad en su hábitat natural y, sin las corridas, no solo se extinguiría el toro bravo, sino el propio ecosistema en que se desenvuelve (las dehesas), sin embargo hay alegatos que refieren a que estas pueden ser protegidas por ley sin la necesidad de criar toros.

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